Trataba de imaginarte mimando el balón por la yerba, como quien enseña a andar a su primer hijo
Día 18/07/2011 - 11.34h
¿Tú qué sabes, si tú no has visto jugar a Juanito Arza? La cogía, se regateaba hasta al del marcador, y se iba tan niño y tan chulo y se entretenía en contarle los nudos a la red… Y yo no lo vi, Juan, yo no lo vi. Tú fuiste siempre un relato en la voz de mis cercanos, un eterno en las jugadas eternas que relataban los hombres que alguna vez te vieron. Tú no estabas en aquellos primeros álbumes donde mi niñez soñó con ver todo el fútbol en el «Sánchez-Pizjuán». Yo no lo vi, Juan. Pepe Castro, nuestro querido vicepresidente, siempre que me ve me saluda con aquella frase del pregón del centenario del Sevilla: «Y yo no lo vi, no lo vi». No, no te vi, Juan. Tú estabas en las vitrinas de la gloria terrenal y deportiva y yo no alcanzaba a esas vitrinas.
Mi padre me hablaba de ti, de tus tardes gloriosas, como me hablaba de alguna noche mágica de Pepe Marchena. Y yo trataba de imaginarte mimando el balón por el interior derecho de la yerba, como quien enseña a andar a su primer hijo. Por eso, cuando alguien se ponía a hablar de fútbol alabando las excelencias de algún chaval que jugara bonito, la respuesta era siempre la misma: «Tú no viste jugar a Juanito Arza». No, no te vi, Juan, yo no lo vi, digo aquel milagro tuyo con el balón en los pies. Quizá por eso, cuando te conocí, te buscaba para sentirte cerca y hablarte de quienes me hablaban de ti. Ya no estaba vivo mi padre, para haber presumido ante él de conocer a Juanito Arza y de tener fotografías con él, como las tengo, o aquel abrazo en el Lope de Vega aquel octubre del centenario. Vimos juntos algunos partidos de fútbol, y tú, tan prudente, jamás reseñabas lo negativo. Una tarde de fútbol te pregunté: «¿Hay algún futbolista del Sevilla de ahora que pueda recordarme al diablo que fuiste en el césped, Juan?» Me costó trabajo sacarte un nombre, pero al final lo dijiste, bajito, como si fueras a ofender a alguien con decirlo: «Quizá… Jesús Navas».
Guardo un abrazo sevillista —todavía tú con las heridas frescas de una caída— impagable. Fue en el antepalco. Allí hablaba con Antonio Valero y Manolo Ruiz Sosa. Llegaste tú, te uniste al grupo, y en un momento abrí los brazos para abrazaros a los tres al mismo tiempo, y sentí, Juan, como si hubiese abrazado al más cálido y humano escudo del Sevilla. Se nos fue por la banda, camino del último vestuario, Manolo Ruiz Sosa, con la promesa de un arroz en Coria. Y ahora, ayer, te vas y enlutas el blancor creciente del sevillismo. Y yo no quiero verlo, querido Juan; no quiero saber que te has ido a decirle a Dios cómo se juega al fútbol.
Descanse en paz.
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